MI PADRE ES DEL MADRID Y YO TENGO SIETE EQUIPOS.

15.10.2013 14:14

02.10.2012 22:47

Antes de continuar leyendo, te tengo que hacer una advertencia. Esta, igual para compensar tanto tiempo sin escribir ni una línea, va a ser una entrada muy larga. Y además de ser larga y un tanto farragosa, va a ser una entrada que no va a hablar de fútbol. O al menos no lo va a hacer de la forma en la que estás acostumbrado. O sea que va a ser larga, un tanto farragosa y puede que aburrida.

Con estos calificativos está claro que voy a hablar de mi mismo. Avisado quedas.

 

Mi relación con el fútbol es muchísimo más tenue que la de todos los que visitáis este blog.. Es más, yo diría, que es una relación estable y madura. Como la de esos viejos otoñales que se aman, respetan y disfrutan de lo que la naturaleza y las pastillas azules les permiten.

 

"Entré" en el fútbol a los treinta y tantos. El tantos yo creo que serían unos cuatro o cinco. Y entre por una rendija, por la rendija del café y de las largas tardes veraniegas en un camping al lado de la playa. Y lo hice gracias al “Marca”. Si, al “Marca”. No a ver fútbol en la tele, ni en el campo. Yo no había visto fútbol en mi vida y había jugado media docena de veces.

De pequeño, en la E.G.B era el último al que elegían, era el manta del equipo, bueno, perdón del no equipo, de los descartes. Era el que se quedaba con cara de bobo mirando como jugaban los demás. Entonces se echaba a “pies”. Los dos que lo hacían imagino que serían los capitanes, los que mejor jugaban a fútbol, los del tiki-taka. En una palabra los aburridos.

El resto esperábamos en una especie de fila tipo fusilamiento a que nos eligiesen. Era muy cruel ver como la fila iba mermando hasta que quedábamos el gordo, un par de empollones y un servidor, que ni era gordo (era…) ni empollón, pero si era un torpe capaz de tropezarse con sus propios pies como comprobé unos años más tarde.

A mi favor, o en mi contra, no lo tengo muy claro he de decir que el fútbol no me gustaba. Ni me recuerdo con un balón, ni viendo fútbol, ni interesado por el fútbol. Yo no he hecho una colección de cromos en mi vida. Nunca.

Mi padre es del Madrid. Repito, mi padre, pero uno de los pocos recuerdo del fútbol que atesoro es, paradójicamente, un puzzle de Johan Cruyff que algún iluminado me regaló, imagino que camuflado en una caja blanca.

Aunque para ser sinceros mi padre, creo que sabedor de mi patosería congénita, nunca intentó hacerme del Madrid ni de ningún equipo. Respetaba mi inutilidad y yo respetaba sus gustos. Lo normal entre padre e hijo.

Yo creo que aquella foto de Cruyff agachado tendría unas 500 piezas. No lo recuerdo bien, pero lo que recuerdo perfectamente era que faltaba una. Una pieza de 500. La del escudo. Lo juro. La del escudo. El tipo ahí sonriente, con su camiseta impoluta del Barcelona y con un agujero en el escudo. Nunca me gustó el fútbol, nunca me gustó el Madrid, ni ningún equipo, pero aquel puzzle fue una revelación. Nunca me iba a gustar el Barcelona.

Y el otro recuerdo es una camiseta rojiblanca. Y hasta aquí llego. Rojiblanca. Lo único que sé es que cuando yo era pequeño se hacia gimnasia con un chándal azul con rayas blancas o con pantalones cortos y una camiseta de fútbol. Mi madre me acompañó a comprar una ya que entonces eran más baratas que los chándals. Creo que pidió una del Madrid por influencias paternas pero imagino que en los años setenta no abundaban en mi ciudad. O sea que el dependiente nos vendió una rojiblanca. Ya ves que en aquellos tiempos mi preocupación por el fútbol era la misma que por el vestuario. Nula.

El escudo se compraba aparte. Sacó una caja como de zapatos y allí amontonados estaban escudos y más escudos de todos los colores y formas.

El dependiente sacó dos para aquella camiseta y yo insistí en coger algún otro de la caja ya que aquellos dos no me acababan de convencer. El dependiente insistió, coartando mi limitada libertad infantil, en que a aquella camiseta le correspondían uno de aquellos dos escudos. Yo contesté inocentemente si no podía tener una camiseta de un equipo y un escudo de otro, pero ante la irritada mirada del señor y la reprimenda de mi madre por hacerle perder el tiempo, me decanté por uno de los dos. Y aquí vienen las dudas ya que el escudo que le cosió mi madre amorosamente a aquella camiseta puede que fuese del Atléti o del Atheltic y aunque tengo un recuerdo vago de un oso es posible que sea producto de mi imaginación. O sea que hasta hoy he tenido una única camiseta de fútbol y ni siquiera recuerdo de qué equipo era. Con lo bonito que hubiese sido una camiseta rojiblanca con un escudo del Valencia, o del Betis, o del Osasuna.

O la gente es muy cuadriculada o yo soy muy redondo. Alguna de las dos cosas será ya que llevo toda mi vida teniendo que renunciar a cosas que la gente da por supuestas. Ahora, ya adulto, acabo de empezar este blog de fútbol con un escudo en forma de poesía. No cambio.

Lo que recuerdo nítidamente, tan nítidamente como el agujero en la camiseta de Cruyff, es que aquel escudo destiñó y arruinó por completo la rojiblanca. Aquel escudo aguantó una única lavada. Un poquito de agua y aquel escudo con oso o txapela, fuese el  que fuese, empezó a contaminar el resto de la camiseta con unos largos rayos rojos que se estiraban y difuminaban haciendo pequeños ríos con sus respectivos afluentes. La prenda, a los escrutadores ojos de mi madre, que nunca permitiría que hiciera gimnasia con aquel adefesio, se arruinó para siempre. Eso sí, unos cuantos años más tarde vi asombrado como los "vecinos" la recuperaban del olvido...

 

O sea, que mi madre, escarmentada por la mala calidad de aquellos escudos, me dio a elegir entre comprar otra camiseta sin escudo o comprar un chándal. Elegí chándal. Azul con rayas blancas. Como todos.

 

Es decir, el destino había eliminado al Barcelona de mis preferencias, y también al Atléti, al Atletic  y al Rayo de refilón, ya que prefiero no hacer distinciones entre escudos y desteñidos.

Desde esos infantiles recuerdos hasta la adolescencia el fútbol no existió excepto en una rotura que me impidió hacer la Confirmación.

Lo único que recuerdo es que al día siguiente hacía la Confirmación en la Parroquia. Para ello me había preparado yendo a clases de catecumenado durante mucho tiempo. Mucho. Eso si lo recuerdo ya que me aburría como una ostra en aquellas clases preparativas al sacramento. Lo de catecumenado me ha venido a los dedos sin pasar por el cerebro o sea que es posible que la palabra no sea la apropiada para aquellas clases.

Tenía un balón e intentando alguna estúpida bicicleta, me tropecé y caí al suelo con tan mala suerte que me disloque algo. Me tropecé conmigo mismo. Jugaba solo. Imagino que porque nadie quería jugar conmigo, cosa que no me extraña vista mi inutilidad hasta para regatearme a mí mismo.

Lo raro es lo del balón. Ya que no tengo presente tener ninguno en aquella época y sinceramente no me veo jugando nunca al fútbol.

Hoy, muchos años más tarde, cuando mi sobrino me pregunta si era bueno o malo, le contestó, mintiendo como un bellaco, más que nada por no desilusionar su ingenua admiración infantil, que era el bueno de los malos. Ya tiene diez años y no me cree ni una sola palabra pero sonríe como solo se sonríe a los tíos torpes. Con cierto cariño y mucha lástima.

El caso es que no hice la Confirmación y pasé dos o tres semanas sin poder caminar. A mi padre, tan madridista, como ateo convencido, tampoco es que le importase mucho y después del incidente el sacramento quedó olvidado en el tiempo.

 

Desde aquel momento, en el que calculo que tendría 14 años, hasta las dos ligas de la Real el fútbol desapareció de nuevo exceptuando una tele en color que compró mi padre en el mundial del 78. Había un bar cercano que lució la primera tele en color de la que tengo recuerdo. Un día con mi padre, poco amante de los bares y mucho de los aperitivos,  vimos un partido y aquellos mágicos colores todavía brillan en mi mente. El césped verde era el paraíso, los jugadores ángeles danzantes y el balón un rayo blanco que surcaba los cielos.

Tardó dos semanas en comprar la tele y dos años en pagarla. No creo que viese el mundial y no vi a Maradona ganándolo.  Hoy cuando lo escribo y lo pienso, me arrepiento de ello, pero entonces imagino que tendría cosas más importantes a las que dedicar mi tiempo.

 

Resumiendo lo que acabas de leer, mi relación con el fútbol hasta ese año se reduce a un puzzle del Barcelona con un agujero en el escudo, una camiseta rojiblanca desteñida, un regate a mi mismo en el que me partí algún hueso y una televisión en color en la que ni siquiera vi a Maradona. Como puedes comprobar un aficionado en toda regla.

 

Aquello cambió, tampoco mucho, para que nos vamos a engañar, pocos años más tarde. Estaba de viaje de estudios y la Real ganó su primera liga. Me alegré mucho y lo celebré como se celebran las cosas con 18 años. Comiéndome el mundo y con una pasión desmesurada. A ello contribuyó el estado etílico en el que entraron todas las chicas de mi clase, principalmente aquellas que estaban buenas como quesos, y, sobre todo, el gran cariño que nos demostramos mutuamente en aquella celebración. Mira si sería buena la celebración que hasta me aprendí aquella alineación de memoria.

Al año siguiente repetí fiesta ya que la Real volvió a ganar la liga, aunque la celebración no estuvo a la altura ya que los viajes de estudios tienden, debido a la cercanía y las habitaciones compartidas,  a la camaradería y a la confianza. De cualquier manera seguro que lo celebré como se merecía. La alineación apenas cambió o sea que aprendérmela me costó mucho menos.

 

Y desde aquí hasta casi duplicar mi edad únicamente un gol. El GOL con mayúsculas. Un golazo que marqué en la universidad en un partido mixto en clase de Gimnasia.

He de decir, para no mentir en demasía, que me encontré el balón corriendo. Iba lanzado y vaya usted a saber como, el balón se cruzó en mi camino. Aproveché el regalo y empalmé increíblemente un tiro que se coló por la escuadra. El partido se paró, creo que por la sorpresa, y empezaron a aplaudir. Lo de pararse el partido tampoco es que fuese tan raro ya que era más un correcalles que un partido de fútbol. Con deciros que igual estábamos jugando 35…

A mí, la verdad, me dio igual. Aquellos aplausos todavía resuenan en mis oídos como música celestial. Digamos que ese fue el culmen de mi carrera como jugador. El cénit de una carrera que nunca despegó porque nunca empezó.

 

Luego, lo típico y lo tópico. Una chica rojilla, el amor y el camping. Y en el camping, en un largo verano, después de más de quince años sin interesarme lo más mínimo por el fútbol apareció el “Marca”. Entonces no me gustaba el béisbol y el fútbol tampoco. No existía para mí. Puede parecer increíble pero el fútbol desapareció de mi vida durante esos quince años. Aunque si lo piensas bien, y con los antecedentes que atesoraba, tampoco es algo tan raro. Si toda mi historia con el fútbol te la he contado en cuatro anécdotas entenderás que su desaparición no me produjo ningún problema.

 

El “Marca” estaba todos los días en el bar del camping. Esperándome agazapado después del café. Había dos periódicos y a mí me encanta leer el periódico. No hay mayor placer en mi vida que desayunar frente al mar con la prensa delante. Lo que sucedía en aquel entonces es que para mí el “Marca” no entraba en esa categoría, pero como disponía de toda la tarde para mí, con un primer café leía el Diario y con un segundo empecé a ojear el Marca.

Primero lo ojeaba, pero café tras café empecé a interesarme por las clasificaciones, los goles, la historia de los equipos, la liga, los fichajes. Me hice un experto en fichajes ya que casi todo el verano se lo pasaron hablando de este tema. La liga había acabado pero seguían sacando noticias sobre ella y yo acabé devorándolas. Me hice experto en el Marca y de paso en el fútbol. Como puedes imaginar lo que no había aprendido en los treinta y cinco años anteriores no lo iba a aprender en un verano y  todavía hoy me lío entre un lateral y un extremo pero algo he mejorado. Ya ves que cuando digo que no entiendo de fútbol no miento. Tener el Marca de libro de cabecera tampoco es que me haya ayudado mucho.

 

 

Desde entonces hasta hoy han pasado otros quince años y el fútbol me interesa más que nunca. Puede que por la influencia de la rojilla de mi mujer o puede que con los años empiezas a darte cuenta de las cosas que son verdaderamente importantes.

Por cierto, cuando digo que el fútbol me interesa más que nunca, no quiere decir que me interese como te interesa a ti. Ni mucho menos. Mi “más que nunca” tiene que ver con el resto de mi vida y lo que acabas de leer. O sea que tampoco es que la cosa sea para echar cohetes.

Mi padre si en la tele hay un partido ve el partido. Punto. Hay fútbol y se ve fútbol. Yo muchas veces hago zapping y si hay un buen clásico de cine el fútbol suele perder el envite.

 

Me gusta la Real, el Real, el Milán, el Osasuna, el Cádiz, el Real Unión y el equipo en el que juegue mi sobrino. Y si no eres de ninguno de estos equipos y te gustaría que fuese del tuyo, no te preocupes, tomo prestadas las palabras de Groucho y te digo aquello de:

 

“Estos son mis equipos, pero si no te gustan tengo otros…”

 

La Real me gusta por cercanía y por que todo tiempo pasado fue peor, el Real Unión por un tío que tenía una foto en blanco y negro con Rene Petit, el Milán porque me encanta el fútbol Italiano, el Madrid por nadar contracorriente, el Osasuna por mi mujer, el Cádiz por un carranza veraniego maravilloso y el equipo en el que juegue mi sobrino, sea el que sea,  por seguir su carrera a ver si me saca de pobre.

 

 

Que este blog hable mucho del Madrid y apenas nada del resto de mis equipos denota dos cosas. La primera que cada vez me gusta más y la segunda que cada vez tengo más gente rodeándome a la que no le gusta.

Es una mera cuestión de compensación…

 

Para terminar con esta larga explicación, más para mi mismo que para ti, te diré que mi sobrino durante unos años y hasta que creció lo suficiente como para mirarme desde arriba, vio en este picapedrero al mejor jugador del mundo. No en vano, en la playa, sin tener ni idea, y aprovechándome de sus ingenuos cinco años, he sido capaz de enseñarle algunas cosas con el balón. Y lo más mágico no era que yo pudiese enseñar algo a alguien con una pelota, no, lo más mágico, es que ese alguien me miraba sin reírse y con los ojos abiertos como platos…

 

Si has sido bueno, has tenido paciencia y has llegado hasta aquí te mereces un premio en forma de poesía. Vale, vale, ya se que para tí más que un premio es un castigo, pero te puedo asegurar que si la lees ni te pegará, ni te hará daño, ni te gustará menos el fútbol. Prueba. Atrévete. No es como ganar al Athletic pero se le parece. No es como un pase de Xabi Prieto pero se le parece. No es como ver jugar a Khedira pero se le parece.

 

Nunca es tarde si la dicha es buena y la dicha se llama Luis Alberto de Cuenca.

 

DESAYUNO

Me gustas cuando dices tonterías, 
cuando metes la pata, cuando mientes, 
cuando te vas de compras con tu madre 
y llego tarde al cine por tu culpa. 
Me gustas más cuando es mi cumpleaños 
y me cubres de besos y de tartas, 
o cuando eres feliz y se te nota, 
o cuando eres genial con una frase 
que lo resume todo, o cuando ríes 
(tu risa es una ducha en el infierno), 
o cuando me perdonas un olvido. 
Pero aún me gustas más, tanto que casi 
no puedo resistir lo que me gustas, 
cuando, llena de vida, te despiertas 
y lo primero que haces es decirme: 
«Tengo un hambre feroz esta mañana. 
Voy a empezar contigo el desayuno»

 

 

1. Bebétela

Dile cosas bonitas a tu novia:
«Tienes un cuerpo de reloj de arena
y un alma de película de Hawks.»
Díselo muy bajito, con tus labios
pegados a su oreja, sin que nadie
pueda escuchar lo que le estás diciendo
(a saber, que sus piernas son cohetes
dirigidos al centro de la tierra,
o que sus senos son la madriguera
de un cangrejo de mar, o que su espalda
es plata viva) . Y cuando se lo crea
y comience a licuarse entre tus brazos,
no dudes ni un segundo:
bébetela.

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No lo puedo evitar, como en la historia del escorpión es parte de mi naturaleza. El cine me domina y necesito poner un fragmento. Uno solo. Uno chiquitito de esta obra maestra.

 

 

Si no la has visto, no te preocupes, arderás en el infierno y tus hijos se reirán de ti por ignorante, iletrado y malandrín. ¡Que Dios te coja confesado!

“Dias de vino y rosas” es para mí una de las dos mejores películas jamás filmadas sobre una adicción, en este caso al alcohol. La otra es “Dias sin huellas”. Para mi gusto un poco mejor la primera aunque puedo cambiar de opinión sin muchos reparos. Aquí tengo que comentaros que igual que de Fútbol no tengo ni idea, de cine sé más que todos vosotros juntos. A cada uno lo suyo. Soy el “ The Special One” del cine. Y si eres joven y no has visto esta película, es como si te gusta el fútbol y no sabes quien es Pelé. “Dias de vino y rosas” es obligatoria. Es como si tu equipo llega a una final de fútbol y te la pierdes. Búscala. Ganarás un trofeo mejor de lo que te imaginas. Y ¡Ojo!, ¡Mucho ojo!, cuando termine es posible que necesites una copa y no puedas tomarla…

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Nos falta la música. ¡Lcd Soundsystem al rescate!

Mi “Home” es la tuya.

 

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Por cierto Maradona no jugó en el 78. Ya ves que mis conocimientos sobre el fútbol no han aumentado mucho...